Opinión | El mar de ricos y pobres

Por Sebastían Macías

En el mes de junio, una tragedia marítima de gran envergadura ocurrió frente a las costas de Grecia, un barco pesquero que transportaba alrededor de 750 personas a bordo naufragó y se hundió. Solo 104 pasajeros pudieron ser rescatados del naufragio. Paralelamente, dentro de esos mismos días, en el Mar Atlántico otra tragedia se tomaría la palestra internacional, se trataba del sumergible Titán de la compañía OceanGate Expeditions, el cual se le perdió el rastro cerca de su destino, el Titanic. Este compacto submarino contaba con cinco tripulantes, contando el capitán.

Podría resultar extraño, si nos ponemos a pensar en retrospectiva, por qué una tragedia con una cantidad mayor de involucrados fue casi completamente opacada por un pequeño sumergible con apenas cinco personas. Pero el diablo está en los detalles, estas preguntas se desvanecen si nos ponemos a revisar quiénes iban a bordo en cada embarcación.

En el primer caso, las personas a bordo no eran simples viajeros, eran migrantes, apretujados en un viejo y precario bote con destino a Italia. Las autoridades griegas han sido criticadas de saber del naufragio y no hacer nada, justificándose ante el noticiero del canal griego Skai con que no querían acercarse porque había tanta gente que se podría generar un vuelco.

Esto de todas maneras ocurrió, y con la inacción murió aún más gente, inclusive reclutando forzosamente un yate de un millonario mexicano para que hicieran el rescate por ellos. Las versiones de cómo se hundió son conflictivas, desde un pánico en la nave que provocó un volcamiento, a un intento fallido de remolque por la guardia costera, hasta el día de hoy no se sabe la verdad.

Mientras tanto, en la segunda noticia tenemos un elemento no encontrado en la primera tragedia, el espectáculo, cuatro de los cinco tripulantes del sumergible Titán eran gente con mucho dinero y recursos, que esta gente haya subido por su cuenta a una sumergible precaria y que uno de ellos fuera el mismo fundador de la compañía, le entregaba otro sentido a la noticia.

La prensa internacional, especialmente la norteamericana, hizo un cubrimiento exhaustivo de cada detalle y ángulo del suceso, haciendo un desfile de expertos ante los medios, dando cada posible teoría de qué pasó y donde se podrían encontrar, inclusive haciendo un casi pornográfico conteo en vivo del supuesto oxígeno que quedaba en el navío, toda una locura por algo que, finalmente, era una causa perdida.

Esta fijación por el Titán finalmente concluyó en nada, la empresa y la marina de los Estados Unidos sabían que el sumergible había implotado días antes, en el momento en el que se perdió la comunicación. Este es el segundo aspecto espectacular, tal y como el director de la película Titanic, James Cameron, declaró ante la BBC, había una “terrible ironía” entre el Titán y el Titanic, ambos transportaban a los hombres más ricos de sus tiempos, con un capitán que confiaba tanto en su máquina que sin importarle, llevó a su muerte y la de sus pasajeros.

Cuando me pongo a pensar en el primer caso me duele realmente el hecho de no tener respuestas concluyentes, 600 personas murieron en las frías aguas mediterráneas, se perdieron por una real negligencia por partes de autoridades que probablemente nunca tengan que enfrentar ninguna consecuencia por sus actos, son tantas víctimas que sus nombres nunca saldrán en ningún noticiero, solo su número.

Al contrario del caso del Titán, que sigue siendo noticia hasta el día de hoy, quizás por el número de ceros en la cuenta de quienes iban a bordo, quizás por la inambigüedad de la tragedia, o solo quizás, porque quienes murieron no eran “ilegales”. Al mar no le importó el origen de ambos, no discrimina y nunca lo hizo, no hay mar para ricos y pobres, se llevó a ambos por igual.