Una planta llena de prejuicios

Vincenzo Disi

Sentado en la mesa con mi abuela cuestionamos la despenalización de la marihuana. “Si va a ser libre, todos terminarán siendo unos drogadictos”, la escucho decir. En parte sé que no es su culpa. Si bien no se considera una persona conservadora, nuestros planteamientos y niveles de enseñanza son totalmente distintos. Ella es nutricionista jubilada. Trabajó casi toda su vida en el Hospital Regional de Antofagasta, lo que le permitió aprender mucho sobre el área de la salud.

Le digo que la marihuana es mucho más que una planta capaz de aliviar el dolor. Es bueno saber que reconoce esos beneficios. Hasta me cree cuando le argumento por qué debería ser un tratamiento accesible para todos. Pero el prejuicio -que la mayoría de los chilenos de su edad tienen también- sigue inserto en su mente. Algo que está al nivel de temer por mi vida por ser periodista, de preferir callar antes que estar en contra de una institución o de alguien. Por personas como ella es que necesito ejercer de manera correcta mi profesión. Necesito lograr que sea capaz de entender que el mundo cambia todos los días y que si su nieto fuma marihuana los fines de semana, eso no lo hará ni peor ni mejor persona.

Sin embargo, declaraciones como las del Colegio Médico de Chile son las que me hacen dudar. Posiblemente, la cannabis sativa no es la planta que todos deberían consumir como si fuera un té a la hora de once, pero su ayuda a la trata de enfermedades terminales tales como el cáncer, no se puede negar. ¿Por qué entonces no crear un convenio con las farmacias? ¿El deber de salvar vidas se limita cuando se necesita generar más dinero?

Hace unas semanas se lanzó a la venta en todas las farmacias del país, el primer remedio hecho de marihuana, el cual tiene un costo que excede el millón de pesos. Gran cantidad de dinero para la mayoría de la población clase media-baja. Pero si todos los pacientes de cáncer que no lograron combatir esa batalla sumaran todo lo que se gastó en intentarlo, sería mucho más que 1 millón de pesos. Una posible solución inmediata está ahora disponible, lo que se necesita es una receta médica y una buena clase para aprender a dejar de lado prejuicios arrastrados hace décadas.

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