Campeones en cepas, en canchas y en cajas de cedro
Por Francisca Reyes Guicharrousse.
En Chile, nos jactamos de nuestro fútbol a pesar que nuestra primera copa la obtuvimos hace poco menos de dos años. Desde que ganamos la Copa América 2015 y la Copa Centenario 2016, miramos por arriba del hombro a las selecciones de otros países cercanos, y bueno, tenemos algo de razón, pues somos campeones. “Tenemos derecho a comportarnos así” dirían algunos. Independiente del famoso “derecho” del ganador, nunca lo habíamos conseguido y lógicamente nos sentimos tan orgullosos que queremos hablar del tema, siempre, siempre, siempre… Incluso cuando no nos preguntan.
Crecí en zona minera. Una zona árida y de pocos lugares de dispersión. En tiempos aquellos cuando el equipo local triunfaba y la ciudad se teñía de naranja cada domingo. Esos domingos eran sagrados, jugaba Cobreloa, y la familia completa debía asistir al encuentro. Yo, con mi vestido y mis zapatos de charol, caminaba de la mano de mi padre entrando al estadio, ya que él insistía en que mirar fútbol era bueno para mí. Yo, a mis 6 años, poco disfrutaba mirando el partido, más me divertía jugando con el cotillón que levantaba del suelo y saboreando las naranjas que llevaba mi tía. Sí, hasta la comida debía combinar.
Como el fútbol era la máxima alegría y la única entretención, todos querían jugar allí. Mis compañeros en básica participaban en la Escuela de Fútbol, y en cada “prueba” que realizaba el club, ninguno tenía mucho éxito. A pesar del fracaso y las diferencias de clubes deportivos, en la pequeña ciudad, todos esperaban iniciar sus carreras de futbolistas en el club más grande de provincia.
Algo similar aprecié tras el triunfo de Chile, cerca de 20 años después. Volví a vislumbrar ese deseo de niños por convertirse en futbolistas. Esta vez desde otra perspectiva, otro enfoque, en una escala inimaginable. Los niños vuelven a soñar con crecer para ser como Alexis Sánchez o Arturo Vidal.
A pesar que en el extranjero destacan nuestra mejora en el fútbol, aún no nos ven como un equipo de temer, no hemos llegado a posicionarnos al nivel de Brasil pentacampeón… En fin, fuera del país hemos obtenido galardones por nuestro fútbol, pero también recibimos bastantes halagos por los vinos, reconocidos por su excelencia a nivel mundial y nuestros habanos… ¿Habanos? Sí, habanos, y sí, pocos nos enteramos.
Mensualmente llega a mi casa la revista de “Placeres del Vino”. Leyendo los artículos, como lo hago habitualmente, me enteré que somos campeones de habano, pero específicamente habanosommelier. Pensé “Somos campeones en algo, y aún no veo niños queriendo convertirse en Felipe Rojas”.
Primero debemos hablar de sommeliers, y para esto es necesario profundizar en vinos. Es importante destacar a ese personaje al que llamaban Francisco de Aguirre, el viejo. Oriundo del primer mundo, que llegó a este lejano territorio en plan de conquistador y terminó convertido en gobernador tras la muerte de Pedro de Valdivia. También a Diego García, otro español que se aventuró en proyectos de conquista. Y más conquistadores de “Corona de Castilla” como Juan de Jufré; del País Vasco como Rodrigo de Araya; alemanes como Bartolomé Flores y de España como Inés de Suárez ¿Qué tienen en común, aparte de ser “conquistadores”? La relación es que todos producían vinos en Chile, para su consumo personal por supuesto, pero vino al fin y al cabo. Estos conocidos personajes son los causantes de las primeros viñedos, quienes en su afán de colonizar dejaron las cepas en estas tierras. Sin embargo, no solo fueron ellos los que plantaron en este país. Los misioneros también querían producir vino, principalmente vino de mesa, para las celebraciones eucarísticas.
La siembra en esta tierra resultó tan favorable que a medida que avanzó el tiempo, más personas empezaron a sembrar uvas para vino, logrando una expansión entre Coquimbo y Concepción, territorio equivalente a mil kilómetros de distancia aproximadamente, contando con cerca de 100 mil arrobas anuales de producción para 1594. Es decir, 1,6 millones de litros de vino que comenzaron a ser exportados a países vecinos. Esta situación molestó e indignó a los comerciantes de vinos españoles, por lo que debieron tomar medidas en contra de los tercer mundistas. La corona española, decidió proteger a sus coterráneos comerciantes y prohibió la exportación de vinos chilenos a Nueva España y Nueva Granada.
Con las medidas impuestas por la corona, no hubo grandes avances en la tecnología para la producción de vino hasta mediados del siglo XIX, cuando recién los productores tomaron la decisión de invertir en maquinarias, nuevas cepas, construcciones especializadas, entre otros sistemas para la industria vitivinícola luego de visitar Europa y conocer las técnicas utilizadas en Francia. Tras estos cambios, se edificaron los cimientos de lo que es el sello y calidad de los destacados vinos chilenos.
Otro periodo conflictivo que vivió la industria vitivinícola, fue la dictadura, debido a que Pinochet devolvió los viñedos a las familias históricas, lo que provocó que la producción de vino perdiera la intensidad con la que crecía. Cuando la democracia fue restituida, Francia, España, Japón y Estados Unidos, invirtieron en estas empresas, y la producción retomó su avance.
Actualmente, la cultura vitivinícola está tan arraigada en el país que ha inspirado a cientos de escritores y cantantes. Logrando posicionarse como parte primordial de nuestro patrimonio.
“Amo sobre una mesa, cuando se habla, la luz de una botella de inteligente vino. Que lo beban, que recuerden en cada gota de oro o copa de topacio o cuchara de púrpura que trabajó el otoño hasta llenar de vino las vasijas y aprenda el hombre oscuro, en el ceremonial de su negocio, a recordar la tierra y sus deberes, a propagar el cántico del fruto.”
Oda al vino, Pablo Neruda.
Chile es la “Bordeaux del hemisferio sur”. Ha conquistado a los “connaisseurs”, con sus terroir o terruños; que llevan en su esencia las características de la tierra, donde cada cepaje se acomoda al lugar. Sobresaliente las cepas Sauvignon blanc, Chardonnay, Riesling, Cabernet Sauvignon, Merlot, Carmenère, Syrah y Pinot Noir. Vinos limpios, frutales y aromáticos. Pero ¿Qué relación guarda el vino con los habanos?
Los sommeliers no solo se centran en vinos, también tabaco y hasta cervezas. El mundo de los habanos o puros, es un mundo tan complejo como el de los vinos y muy relacionados entre sí. En realidad, cuando hablamos de “habanos” son solo aquellos fabricados en Cuba, pero el nombre actualmente se utiliza de manera informal para todos los puros. Este tipo de cigarrillos tienen diferentes clasificaciones, al igual que los vinos. Aquí resalta la medida; la longitud y el cepo (grosor); el origen y la técnica, pues pueden ser hechos a mano o a máquina. Además, también se catan, tal como los vinos y las cervezas.
Algunos nombres de la vitola de galera, combinación entre cepo y longitud, son Belicoso, Lonsdale, Panetela, Panetela fina, Panetela larga, Petit panetela, Petit corona, Corona, Corona extra, Corona larga, Doble corona, Grand double corona, Churchill, Culebra, Robusto, Corona gorda, Señorita, Short perfecto, Short torpedo y Toro.
La calidad del puro, al igual que el vino, depende del clima y del suelo, entre otros, como la técnica. Cuba tiene una humedad relativa a 79% y temperatura de 25ªC por posicionarse cerca del Trópico de Cáncer, lo que favorece la producción de tabaco y garantiza el éxito del habano en sus cajas de cedro.
Habanos S.A, son los encargados de realizar una selección de participantes para ser parte del mundial de habanos en Cuba. El Concurso Internacional Habano Sommelier, está compuesto, como lo dice su nombre, en su mayoría por sommeliers del mundo entero, pero también participan aficionados. Aquí, se evalúa el conocimiento, por medio de una prueba escrita, la presentación de la armonía del producto, elegancia en el servicio y asesoría al momento de recomendar el habano junto al destilado adecuado. Para esta última, el concursante debe memorizar 12 puros, y escoger el más apropiado para cada comensal. Quien obtiene la mayor puntuación es el ganador.
Es en este punto donde juega su papel Chile, debido a que por segunda vez, un chileno logra ganar el prestigioso Concurso Internacional Habanosommelier. Felipe Rojas, dedicado a los vinos, optó por aprender la vitola de galera y los maridajes de los puros, y con 37 años obtuvo el primer puesto en el mundo. Recibió el galardón durante la clausura del Festival del Habano en Cuba 2017, de manos de los presidentes de la empresa Habano S.A, Inocencio Núñez y Luis Sánchez-Harguindey.
Chile ganó el primer lugar el año 2011, con Philip Ili. El segundo lugar el 2013 con Andrés Arteaga y este año, nuevamente el primer puesto, lo que demuestra que somos potencias indiscutibles en vino, principalmente en el cono sur y también los mejores en maridar y ofrecer habanos. La interrogante de siempre es ¿Por qué pocos nos enteramos? Sea cual sea la respuesta, y a pesar que el nacionalismo excesivo puede ser un problema, este es uno de esos motivos para sentirnos orgullosos de ser chilenos. Posiblemente si estas noticias fueran más conocidas contaríamos con adultos buscando ser sommeliers, y niños inspirados en convertirse en periodistas dedicados a la crítica gastronómica, reconocidos chef o ingenieros capaces de potenciar la industria por medio de la tecnología, y no solo futbolistas.