Mi vida es mi vida: un viaje al fondo de uno mismo
Por Patricio Araya Vía Dorado.
En 1966, el periodista y escritor estadounidense, Truman Capote, publicó A sangre fría, novela considerada por la crítica (y por él mismo) como su mejor obra, tanto por la contribución que hizo al género de no-ficción, como por su apasionante trama. En ella, se cita un magnífico poema del escritor Robert W. Service, titulado The Men That Don’t Fit In (Los hombres que no encajan), el cual versa sobre una raza de hombres inadaptados, hombres que destrozan los corazones de cualquiera, hombres que vagan por el mundo a su antojo, que no pueden detenerse, que son fuertes, valientes y sinceros, que siempre buscan lo extraño, lo nuevo, siempre.
A dicha raza, precisamente, pareciera pertenecer el personaje principal del aclamado drama de 1970, Five Easy Pieces (traducida al español como Mi vida es mi vida), dirigida por Bob Rafelson y protagonizada por el destacado actor Jack Nicholson. Esta película, ganadora de los premios del Círculo de Críticos de Cine de Nueva York (NYFCC Award) a la Mejor película del año, Mejor director y Mejor actriz de reparto (Karen Black), narra la historia de Bobby Dupea, un brillante pianista de música clásica que, a pesar de pertenecer a una familia acomodada, gusta de ir de trabajo en trabajo y de mujer en mujer. De esta manera, Dupea, quien en la actualidad trabaja en un campo petrolífero, se muestra como una persona que pasa su tiempo libre bebiendo cervezas, jugando al póquer y evitando comprometerse con su novia Rayette (Karen Black), una mujer atractiva pero demasiado simple. La historia da un giro cuando Dupea, al enterarse que su padre está a punto de morir, decide viajar a la casa de su hermana (una reconocida pianista) para verlo. Allí, se enamora de una joven y sofisticada estudiante de piano, llamada Catherine (Susan Anspach), lo cual desencadena un conflicto entre sus orígenes y el camino que eligió.
Este largometraje, estrenado en la época en que Hollywood no temía criticar a la burguesía norteamericana, presenta una filosofía de vida bastante parecida a la que retrató Dennis Hopper en la afamada película de 1969, Easy Rider (en la cual también actuó Jack Nicholson), un estilo de vida nómade, un estilo de vida que Nietzsche llamó espíritu libre y que describió como “la voluntad de avanzar, sea como sea”. “En todos sus sentidos brilla y ondea una curiosidad violenta y peligrosa hacia un mundo no descubierto. Miedo y repentina desconfianza hacia todo lo que amaba (…), deseo sublevado, voluntarioso, irresistible como un volcán, de viajar, de alejarse, de expatriarse”, escribió respecto a esta idea el filólogo alemán.
Dentro de la película existen al menos tres escenas memorables: la primera es básicamente un absurdo, me refiero a la llamada “escena de la cena”, en donde Bobby Dupea se enfrenta a una mesera que se niega a modificar el menú por más insignificante que sea el cambio, ya que, según dice, “ella no hizo las reglas”. Aquí se hace alusión a lo mecanizada que está la sociedad moderna, anclada a un sistema que termina por sacar de quicio a cualquiera. La segunda es cuando Bobby toca el Preludio No. 4 de Chopin. En esta escena, conmovedora no sólo por la pieza musical, se muestra un paneo que, en consonancia, va mostrando los cuadros colgados en la habitación; en algunos, aparecen los grandes pianistas de la música clásica, en otros, cada uno de los integrantes de la familia Dupea. El paneo termina con un primer plano del rostro de Catherine, quien está emocionada hasta las lágrimas. Por último, está la escena en donde Bobby increpa a los amigos de su familia, quienes se burlan de las opiniones de Rayette, una clara crítica a la burguesía norteamericana. En cualquier caso, este film cautiva, sin duda, por su argumento: un hombre insatisfecho consigo mismo, una persona que no sabe lo que busca, pero que no cesa de buscarlo, en pocas palabras, alguien que trata de encontrar el verdadero sentido de su existencia.