Atacama, más allá del desierto

Por Juny Hugen.

La sensación de tocar la nieve por primera vez fue, en vez de congelante, encantadora.  Yo no podía creer que estaba en la región que abriga el desierto más árido del mundo y al mismo tiempo estaba tocando nieve. ¡La naturaleza es una obra tan misteriosa! En sus contrastes, es musa de los ojos, hipnotiza, seduce, apasiona. Es una inmensidad de cosas por descubrir, que junto a dos mexicanos y otros dos brasileños, pude disfrutar. Durante dos días, nos aventuramos en los suelos a veces desérticos, a veces congelados, de San Pedro de Atacama.

Los atardeceres más bellos se pueden ver en los valles del desierto.

El camino hasta llegar al destino final fue una muestra de lo que nos esperaba. A lo largo del recorrido, paramos para fotografiar enormes molinos y, también, la Cordillera de la Sal. Era todo tan nuevo y sorprendente que los ojos ni parpadeaban, estaban fijos, admirando las inmensas montañas cubiertas por minúsculos cristales blancos. En aquel instante, yo sabía que a pesar de que el viaje recién empezaba, aquella sería una de las mejores experiencias de mi vida.

Ver y sentir un mundo nuevo que se expande es renovador, es como un sueño que se hace realidad, donde todo es posible. Sinceramente, yo nunca había imaginado ver de cerca las paisajes que disfruté. Contemplar los géiseres en El Tatio, expulsando agua y cubriendo el entorno con su humo gris y espeso, junto con la composición formada por la Cordillera de los Andes al fondo y el desierto al alrededor, llenaba de lágrimas los ojos. Incluso el frío inclemente de menos siete grados era amenizado al vivir cada instante de aquella aventura.

Llegar a los geysers, a más de 4200 metros de altura, es una aventura que tiene una espectacular recompensa.

Aventura que no terminaba a lo largo de los caminos que nos llevaban de un lugar para otro. Caminos de vegetación verde tímida creciendo en medio del desierto, caminos que eran interrumpidos por llamas desfilando en la estrada. Caminos de tonos y formas que hechizaban los ojos. Caminos que transformaron dos horas de viaje en casi cuatro, pues a cada nueva composición que observábamos, estacionábamos el coche, salíamos e íbamos a contemplar la naturaleza.

Creo que este fue el día más largo de mi vida, un día en que experimenté sensaciones tan distintas una de la otra que fue hasta difícil de creer que todo aquello realmente estaba pasando. Sentí un frío congelante por la mañana, mas durante la tarde, paseando por lo Valle de la Muerte y en el Valle de la Luna, sentí un calor que parecía quemar la piel. Caminé dentro de una caverna por veinte minutos, vi la puesta de sol más hermosa que mis ojos hayan disfrutado, viví cada instante de manera plena, solamente aprovechando la inmensidad que me rodeaba.

San Pedro es la representación perfecta de la unión de los nuevo con lo tradicional.

Conocer tantos lugares de bellezas naturales exuberantes fue engrandecedor. Y pasear por el poblado de San Pedro de Atacama sólo me hizo sentir todavía más parte de aquello que estaba admirando. Observar a los turistas mezclados con el pueblo local, las pequeñas construcciones de tiendas, restaurantes y el mercado con diversos puestos de artesanía que contaban un poco la historia de aquel lugar fue uno más de mis aprendizajes. Percibir que nosotros también transformamos, así como la naturaleza, todo lo que nos rodea y lo que vivimos es fascinante. Al final, la naturaleza y nosotros somos sujetos complementarios, nosotros estamos aquí para descubrir todo lo que ella tiene para ofrecernos, pero también para ofrecerle a ella todo lo que somos.