“Valle de la Luna”, la pintura del hombre que contempla el desierto

Por Alex Choque.

La soledad parece desbordase bajo las símiles partículas de arena, y es que en el contexto del aniversario número 42 del “Salón de Mayo” de la Universidad Católica del Norte, confluyen las distintas miradas de antiguos artistas, ex-académicos, varios de ellos formados o vinculados a la casa de estudios mencionada. Si damos un breve recorrido, no encontraremos una temática definida, cada obra te cuenta una historia diferente.

En esta propuesta destaca la del pintor Manuel Berrios Cabrera, quien deja atrás el realismo puro de sus obras anteriores y nos muestra un trabajo con un aire llamativamente surrealista. La obra “Valle de la Luna”, es un tanto formalista y expresiva a la vez, un cuadro donde se percibe la idea del hombre y la luna como elementos centrales.

Puede observarse una mezcla bien lograda de colores, que sobresalen a pesar del contraste con las líneas de la arena que rodea al sujeto. El trabajo del empaste en la figura del hombre no se nota a simple vista, parece estar oculto, pero el buen observador notará que las pinceladas se vuelven mucho más intensas a medida que se aprecian los detalles en la singular posición del sujeto en cuestión.

Una cierta tridimensionalidad sugiere que la dirección visual de la obra se quede en las líneas del hombre, aunque estas líneas pierdan su intensidad al alejarse. A lo lejos, afluyen en una misma dirección montañas y pequeñas dunas, que a la distancia se difuminan y repiten hacia el infinito.

Cierta sensación de profundidad rodea los alrededores del sujeto y pequeños acantilados a sotavento y barlovento se sitúan al interior del contorno del lienzo en su totalidad, mientras los pliegues formados en cada duna, se repiten de forma continua, como verdaderas raíces que se elevan sobre los ojos de aquel sujeto que espera. Se logra sin duda una notable perspectiva desde su punto de vista y al parecer su mirada converge más allá de la cordillera y el cielo.

En un primer plano aparece este hombre sentado en medio de la arena y las dunas. Un color rojizo-anaranjado parece surgir desde su cabeza como una verdadera huella dactilar, cuyas líneas curvas reiteran su recorrido por sobre toda su figura. El autor, usa colores cálidos, como una fiel representación del desierto de atacama, el conocido valle no debería discrepar en cuanto a sus colores, pues se comportaría de igual manera por su reducida gama de colores.

A este peculiar paisaje, los colores primarios le sugieren un mayor control en cuanto al espacio, además se puede apreciar un ligero cambio en el matiz y la intensidad del color amarillo en la superficie de cada montículo de arena.

Pasando a segundo plano, podemos observar que en la espesura de la imagen se reparte una buena proporción de luz, aunque de manera distinta en algunos lados, pero acorde a cada plano y profundidad de cada elemento.

Es posible apreciar en un último plano, como elemento principal, a la luna. Al parecer el autor quiso esbozar los colores de esta en mayor medida hacia el recorrido del cielo nocturno, cuyo espacio se encuentra limpio y no estrellado, pues logra reflejarse bajo ella con una tonalidad clara, con una fluidez precisa, no hay duda que el color blanco le da un aspecto sobresaliente.

La obra no escatima en interpretaciones, logra su cometido, estoy seguro que el autor pensaba de manera discreta cuando esbozó cada elemento de este hermoso encuadre. Si bien el tema se centra en la continua espera de aquel hombre, no podemos asegurar que es la luna aquello que el hombre espera, o si es en verdad la luna la que espera la llegada del hombre.