En los zapatos de un censista

Por Roberto Espejo.

Temprano salí de mi casa a cumplir como censista, aún no se asomaba el sol y las calles estaban vacías, era feriado irrenunciable, todo establecimiento estaba cerrado, menos los que eran atendidos por sus propios dueños. La locomoción era escasa, los colectivos cobraban aún demasiado y el tránsito de micros era lento. En la parada me encontré con un compañero de labores, Manuel Muñoz, quien también iba a censar. Ambos nos subimos a una 121 con destino al norte de la ciudad, yo iba a la Escuela Japón ubicada en Juan Sebastian Bach, Manuel en cambio se dirigía al Colegio San Patricio.

Ya arriba del transporte, discutimos con Muñoz lo lejos que estaban nuestros locales  y lo desordenado de la distribución y traslado de los censistas. Eso sí, durante el día algunos micreros buena onda hacían señas a los censistas para llevarlos gratis, como me contó después Fernando Melo, censista en sector Coviefi. Llegando a Antonio Rendic con Pisagua, me despedí de Manuel y bajé, Había un viento algo violento que se hacia mas intenso cada vez que avanzaba.

En el local me encontré con una larga fila para la inscripción de asistencia. Luego de ingresar mis datos, esperé en la misma sala junto a los demás censistas, donde también estaban los supervisores. Recién a las nueve de la mañana cada supervisor buscó a sus diez censistas y empezaron a registrarlos en el computador. Siendo las nueve y media de la mañana en punto, ya teníamos nuestro portafolio con todos los implementos necesarios para censar.

En mi primera casa lamentablemente no me abrieron la puerta, pero no me desanimé. Seguí con la segunda que tampoco me abrió, comencé a preocuparme, quizás me veían con cara de malo y no querían recibirme. Aun así, seguí con la tercera casa y esta fue la vencida, ahí se encontraba la señora María, que vivía con su hermana pero no compartían gastos de alimentación. Esto, según el manual del censista, corresponde a dos hogares dentro de una misma vivienda, por más raro que suene. Ellas muy amablemente respondieron el corto cuestionario,  me ofrecieron jugo y también me facilitaron el baño.

Saliendo de la tercera casa, apareció la persona de la segunda casa que antes había visitado sin éxito y obviamente la fui a censar. Doña Guillermina vivía sola en su gran casa de concreto, algunas veces su hija se iba a dormir allá, la señora fue la que más se abrió conmigo y la más simple. En las siguientes 5 casas encontré familias medianas, todas se dividían en dos hogares pequeños, pero eso no me llamaba tanto la atención. Mi foco se centraba en la gran cantidad de Chuquicamatinos que vivían en el sector y de la nula presencia de extranjeros en el pasaje, a pesar de lo que dice la opinión pública.

Censistas esperando -durante un buen rato- la entrega de los implementos necesarios para el trabajo.

La última casa era habitada por don Juan, un pintor que vivía con su madre enferma, me sorprendió la amabilidad y calidez de este hombre. Incluso me regaló un yogurth al salir y agradeció que viniese a censarlo. Había finalizado ya mi recorrido y volví a la primera casa para poder recuperarla, la suerte esta vez me sonrió y pude cumplir con nueve casas censadas, equivalentes a catorce hogares.

Volví al local para que el supervisor revisara mis datos, ya eran las tres de la tarde. Tuve que esperar algo así como una hora más y al fin pude dirigirme de regreso a mi hogar. Sin dudas este censo me hizo reflexionar en cómo ha cambiado chile y el pensamiento de su pueblo, no sólo por las personas que censé, sino por la experiencia de otros censistas. La gente está más interesada en estudiar y ser parte de los procesos, también son más inclusivas y respetuosas. Lo que no cambia, sin embargo, es la organización de estos eventos, seguimos a última hora, solo espero que el proceso sirva y sea útil para las nuevas generaciones.