Columna: el equilibrio necesario entre la ciencia y la industria
Fotografía extraída de: ORG Eso
Por: Catalina Quiroz
Antofagasta, una ciudad ubicada en el desierto más árido del mundo, siempre ha destacado por sus extensas playas y, principalmente, por su suelo rico en minerales. Según el Gobierno Regional de Antofagasta, la región aporta entre el 25% y 30% de las exportaciones mineras del país. Sin embargo, en el año 2014, fue reconocida por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), como capital mundial de astronomía, bajo la Certificación Starlight, sello que acredita que nuestra región es uno de los mejores lugares del planeta para la observación del universo.
Lo anterior, nace de la Conferencia Internacional en Defensa de la Calidad del Cielo Nocturno y el Derecho a Observar las Estrellas, donde en el año 2007, se establecieron los 10 principios y los objetivos esenciales para acceder a un cielo nocturno libre de contaminación lumínica, pues, se considera que la observación astronómica es parte del patrimonio cultural, natural y científico de la humanidad.
A pesar de lo expuesto, pareciera ser que, una vez más, los intereses económicos prevalecen sobre la ciencia. A menos de 10 kilómetros del Observatorio Paranal, sede del Very Large Telescope (VLT) del Observatorio Europeo Austral (ESO), se busca establecer el Proyecto Integrado de Infraestructura Energética para la Generación de Hidrógeno y Amoníaco Verde (INNA).
La iniciativa busca generar energías renovables a través de fuentes fotovoltaicas y eólicas para producir y almacenar hidrógeno verde (H2V) el que luego será convertido a amoníaco verde (NH3V). El INNA significaría un aporte a la industria minera debido al compromiso de carbono neutralidad que muchas empresas buscan alcanzar en 25 años más. Instituciones como BHP, Codelco, Anglo American, entre otras, han afirmado que esta propuesta significa un avance en materia de descontaminación.
El proyecto se considera como una evolución en la transformación a energías más limpias, debido a que diversifica las formas de obtención de electricidad y reduce la emisión de gases de efecto invernadero, pero su ubicación, junto a la contaminación que puede provocar esta industria, es lo que ha generado principal preocupación.
La Nueva Norma de Emisión de Luminosidad Artificial Generada por Alumbrados de Exteriores, busca que las luminarias utilizadas para la iluminación de calles, veredas, industrias, recintos deportivos (entre otros), cuenten con un documento que certifique el impacto lumínico de los faroles.
A pesar de que la normativa incluye al sector industrial, pareciera ser que el INNA no consideró que su infraestructura aumentaría la luminosidad del cielo en esa área, ya que, según el seremi de Medioambiente de Antofagasta, el proyecto se encuentra inserto fuera de los polígonos definidos por el Polo de Desarrollo de Generación Eléctrica (PDGE) de la provincia de Antofagasta.
Actualmente, AES Andes, empresa a cargo del proyecto, no ha presentado información exhaustiva respecto a las emisiones de luminosidad que las dependencias generarán. Por otro lado, la instalación de sus aerogeneradores produce un aumento en las vibraciones y ruidos micro sísmicos en el entorno, así como también, el levantamiento de polvo que se adhiere a los espejos y lentes de los telescopios.
Lo anterior, presenta una amenaza latente para la observación de los cielos, especialmente considerando que hoy en día, el Observatorio Paranal, está ubicado bajo el cielo más prístino que existe en nuestro planeta, ya que, presenta menos del 1% de contaminación lumínica. Esta situación, podría representar un retroceso en las investigaciones de los más de 200 especialistas que se desempeñan en nuestro país, cifra que nos posiciona en el octavo lugar mundial de las naciones con más profesionales dedicados a la astronomía.
Este proyecto no solo afecta a la observación de los cielos, sino que también produce un daño irreparable a la flora y fauna marina de la localidad. Pescadores artesanales de Taltal y zonas aledañas, han expresado su preocupación al desconocer cuál será la disminución de los recursos marinos como peces, larvas y mariscos, pues las instalaciones de la INNA culminan en la costa de la región con los ductos de sus plantas desaladoras, situación que puede alterar la salinidad y temperatura de las aguas.
Las comunidades changas del territorio han expresado que esta propuesta representa un daño ecológico y social significativo, pues, una vez más, la industrialización desplaza a estas colectividades, con el argumento de que los proyectos aumentan los puestos de trabajo, pero esto resulta ser solo una esperanza de inclusión territorial falsa ya que terminada la construcción, la gran mayoría de los trabajadores no son renovados.
Tanto el pueblo chango como la comunidad astronómica, han enfatizado que no se oponen al proyecto de hidrógeno verde, sino que la disyuntiva se asocia netamente a su ubicación. Es extenso el historial donde las autoridades y gobiernos de turno han priorizado los intereses económicos y empresariales sobre el resguardo medioambiental, social y el conocimiento científico. En ese sentido, podemos recordar el Proyecto Dominga, el cual ya ha sido rechazado en 3 ocasiones debido a su inviabilidad ambiental.
Sin duda, tanto la minería como la astronomía, son disciplinas ampliamente valiosas para la identidad de nuestra región, pero se debe encontrar un equilibrio para que estas convivan en el mismo territorio, sin perjuicio de que se vean afectadas entre ellas. Porque para el progreso debemos mirar el suelo, donde están los minerales que representan el presente, pero sin duda, si levantamos nuestra vista al cielo, veremos nuestro futuro.