Amantes del Sol y del Yoga: Construyendo comunidad

Por Karen A. George.

El sonido de un cuenco de cuarzo en medio de un parque, con una puesta de sol anaranjada de fondo; personas en Savasana (postura de descanso) por un lado, y niños jugando y practicando sus propias posturas por el otro. Ésta, es la postal que cada sábado por la tarde observamos en un pequeño parque del sector sur de la ciudad, que se ha convertido en el lugar de encuentro de personas de todas las edades que, a través de la práctica de yoga, buscan volver a conectar no sólo con sus cuerpos y almas, sino que también con la brisa y el sonido del mar, los espacios al aire libre y con la antigua -y quizás olvidada- costumbre de compartir y hacer comunidad.

Sábado 20 de mayo. 17:00 horas

Comunidad Amantes del Sol y el Yoga.

Sin embargo, cerca de uno de sus pinos, comienzan a reunirse personas con mats sobre sus hombros. De pronto, una mujer cargando una bolsa matutera lleno de éstos (las alfombrillas sobre las cuales se practica yoga), sus cuencos de cuarzo (las ensaladeras, como bromea uno de sus alumnos) y una buena energía que irradia a través de su sonrisa, saluda afectuosamente a cada uno de las personas que allí se reúnen. Es Katia Vergara, la instructora de yoga que desde hace aproximadamente 5 años, utiliza los parques de la ciudad para realizar sus clases y que a través de su Fanpage en Facebook “Amantes del Sol y del Yoga”, ha insertado a familias completas y personas de todas las edades en el mundo del yoga. Es una tarde atípica de otoño. Un sol radiante y una sensación térmica agradable nos remontan por un momento a los días del recién pasado verano. Ubicado justo frente al Regimiento – en el sector sur –, un pequeño parque recibe a diversos transeúntes. Parejas, familias, grupos de amigos y deportistas, pasean por el lugar o se sientan un momento a compartir, montando un picnic o simplemente sentándose a conversar y observar el mar.

El comienzo del camino

Katia Vergara, instructora de yoga en su último viaje a la India.

Una de las razones que la llevó a querer formarse como instructora de yoga fue descubrir en primera persona los beneficios y el poder que esta práctica tenía, tanto a nivel físico, como emocional. Cuando aún era alumna, hubo un tiempo en el que interrumpió sus clases y, coincidentemente, sufrió de psoriasis, enfermedad a la piel que genera irritación y enrojecimiento, y que puede provocarse por diversos motivos. En su caso, se produjo por estrés y ansiedad. “Siempre me llamó la atención el poder de la mente, cómo podía influir en nuestro cuerpo, en cómo aquietar los pensamientos. Así conocí la meditación y el yoga, comencé a seguir clases por internet, hasta que un día por el Parque Croacia vi que estaban realizando una clase, me acerqué y empecé a practicar”.

Así comenzó el camino de Katia en el mundo del yoga, una mujer de 35 años que irradia alegría y plenitud, y que hoy complementa sus clases de yoga con las clases de inglés que realiza en un Centro de Formación Técnica. Y es que la pedagogía, el compartir sus conocimientos, es algo transcendental en su vida. “Me llena mucho enseñar, entregar lo que sé y sentir la satisfacción en el otro”, señala.

Hacía muchas cosas durante el día, y lo único que podía calmar y aquietar la enfermedad era la práctica del yoga y la meditación, bajar las revoluciones de alguna forma. Después de unos días de práctica, la psoriasis se fue, no necesité exámenes ni gastar plata en cremas para poder quitarla, sólo con el yoga, la meditación y tomando sol se me quitó. Ahí me di cuenta de lo poderoso que era y que no lo era sólo en el aspecto psicológico, sino que también en el físico. Así comencé a estudiar yoga, me hizo click, creí en ello y quise aprender más”.

Una vez realizada su certificación como instructora, sus amigos y cercanos comenzaron a pedirle consejos respecto a diversos problemas, tales como dolores de espalda o problemas para dormir, a lo que les recomendaba realizar diversas asanas (posturas de yoga) o ejercicios de respiración para que lograsen aliviar sus dolencias.

“Un día junté a todos mis amigos en el parque (Croacia) y les dije que les iba a hacer una clase a todos juntos. Fueron y comenzó a llegar gente y un amigo dijo ‘sí, nos juntamos todos los sábados a las 4 de la tarde acá’. Así empezó ‘Amantes del Sol y del Yoga’, hace más o menos 5 años. Comenzó como un grupo de amigos juntándose en el parque para yo poder responder sus inquietudes, las dolencias que los aquejaban, y hoy se convirtió en una gran comunidad”.

Volviendo al parque

Yoga para niños con instructora Karenina.

Una vez que llega la mayoría de los alumnos, disponen los mats en el pasto, formando un círculo para comenzar la clase. Paralelamente, los niños – en su mayoría hijos de los yoguis adultos-, se reúnen con Karenina, la instructora de yoga para niños.

Niños, jóvenes y adultos conforman la comunidad “Amantes del soy y del yoga”, quienes entonando tres veces el mantra “om” – el sonido primordial, símbolo esencial del yoga – dan inicio a sus prácticas, que llenan el parque de asanas, mantras y juegos, por la cerca de hora y media que ésta dura. Las clases para los pequeños en otras ocasiones son dictadas por Martha, quien comenzó como alumna de Katia y hoy es también instructora de yoga para niños. “Ahora muchos de mis alumnos son profesores, se han especializado, y si yo los puedo guiar y encaminar en alguna decisión sobre sus estudios, aquí estoy dispuesta a ayudarlos”, comenta Katia, feliz y orgullosa de haber contribuido en la formación de nuevos instructores.

“Ahora somos como una familia, acogemos mucho a la gente nueva, que llega generalmente con problemas anímicos o de salud. Se ha logrado hacer un grupo gigante, de verdad una familia, que te apoya, que está contigo”.

La tarde ha avanzado. Los alumnos toman la postura de descanso (savasana), lo que indica que la clase está por finalizar. La temperatura ha descendido abruptamente, por lo que antes de acomodarse muchos buscan sus chalecos, polerones y calcetines para poder recostarse y sobrellevar el frío. Cierran sus ojos y se entregan al descanso a través de las palabras de Katia que los guía hacia él, junto a la potente vibración de dos bellos cuencos de cuarzo. El sol comienza a descender lentamente, perdiéndose en el azul profundo del mar y coloreando a su paso el cielo con tonos rosas y naranjas.

Pero hoy no es un día cualquiera. Terminada la práctica, se reunirán a tomar “tecito”, actividad que hacen al menos una vez al mes, ya sea para celebrar alguna fecha especial, algún cumpleaños o simplemente para compartir. Queques, tortas, galletas y termos con agua caliente, son dispuestos al centro de una mesa improvisada hecha de mats, que los invita a reunirse y entrar en calor. Imperdibles son las roscas y el chocolate caliente de la señora Isabel – una de las yoguis de más avanzada edad, pero no por ello la menos jovial –, delicias a las que nadie se resiste y que son solicitadas para cada encuentro.

El motivo de la reunión de hoy es el sorteo de una rifa realizada en forma colaborativa, cuyo objetivo es recaudar los cerca de 200 mil pesos que se necesitan para pagar el permiso municipal que le permitirá a Katia instalar un domo en el sector de Playa Llacolén, el que será el próximo lugar de encuentro de esta gran comunidad.

“Es súper rico sentir que no es sólo una clase a la que vas y listo. Yo voy y siento la vibración de la gente, el corazón lleno, y de alguna u otra forma me hacen saber que he podido ayudarlos en su vida, ya sea en cosas muy básicas, como poder dormir bien; o cosas gigantes, como poder sanarse emocional o físicamente. Creo que se ha formado una linda familia y que ha evolucionado como jamás lo imaginé y me encanta esto”.

Ya no quedan muchas cosas sobre la mesa. Se acabó el agua caliente y no queda ningún rastro –ni una miguita– de las roscas de la señora Isabel. La temperatura continúa en descenso y los yoguis comienzan a desmontar su comedor. Los ganadores de los premios (que iban desde sesiones de cuenco-terapia hasta collares de cuarzo) se van felices. La meta se ha cumplido. Todos emprenden camino a sus hogares despidiéndose fraternalmente, esperando reencontrarse el próximo sábado y deseándose una buena semana, tal como los miembros de una familia que una vez terminada la cena se desean buenas noches y parten rumbo cada uno a sus habitaciones.