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Extremófilos del arte: crear desde el olvido en la Bienal SACO

Fotografía extraída de: El Mostrador

Por: Joseffa Rojas

¿Crees que en el lugar más árido del mundo puede florecer la vida? La mayoría de las personas, cuando nombran la palabra “desierto”, lo asocian al vacío y a la ausencia de vida . Es común creer que en un lugar tan seco como el Desierto de Atacama nada puede vivir o desarrollarse.
Sin embargo, dicha idea está bastante lejos de la realidad. Distintas disciplinas han demostrado que, incluso en las condiciones más extremas, la vida encuentra formas de existir. En este territorio, habitan organismos como bacterias y cianobacterias que sobreviven a la sequía, convirtiendo a este lugar en un “laboratorio natural”, donde se reúne tanto el arte como la ciencia.

La Bienal SACO 1.2, lleva por nombre “Ecosistemas Oscuros” y toma esa idea de resistencia extrema como punto de inicio para poder hablar a través del arte contemporáneo de quienes viven, crean y persisten en territorios alejados. Porque habitar en Antofagasta también es resistir al polvo, la contaminación, la sequía, la indiferencia cultural y a la falta de espacios estables para el arte.

Desde 2012, SACO se ha resistido a esta realidad. Lo que comenzó como una iniciativa pequeña, se ha transformado en un evento internacional con diferentes propuestas curatoriales en sus dos ediciones, siempre claras y profundas. La edición 1.2 de este año, no es la excepción, reuniendo a 52 artistas de Chile y el mundo, la exposición se ubica en la histórica Ex Molinera, que antiguamente funcionaba como fábrica de harina y tuvo un rol clave en el abastecimiento de la región durante el siglo XX. Hoy ha sido reconvertida en un espacio cultural.

La iniciativa de transformar un espacio industrial en un centro de cultura, es en sí mismo una poderosa declaración artística social, ya que, no trata solo de una reutilización territorial, sino de una resignificación profunda del lugar y de su historia. Allí donde antes se alimentaban cuerpos a través del trabajo y la producción, hoy se alimentan mentes a través del arte, creatividad, recuerdos e historia. Donde hubo solo ruido de máquinas, hoy se encuentran esculturas, piezas de obras, palabras y sonidos que te invitan a la contemplación y el no olvidar.

Este tipo de transformación no es neutra, porque implica una crítica implícita al modelo de desarrollo que durante un tiempo ha priorizado la productividad y comercio por sobre la cultura. Por otro lado, podemos decir que al convertir una antigua fábrica en un centro cultural, no solo se recupera un edificio, sino que de igual forma se recupera una memoria colectiva que se resignifica desde una nueva perspectiva como la que nos entrega la Bienal de este año.

Además, esta reconstrucción espacial representa una apuesta por una nueva propuesta sobre el arte, en vez de levantar museos aislados o elitistas, se elige acercar la cultura a territorios que históricamente han sido definidos por el trabajo manual, el sacrificio y los recuerdos que nos unen con nuestra región. Este cambio es una forma de decir que la cultura no es un lujo, sino una necesidad vital.

La primera obra presente en Ex Molinera, tiene por nombre “Volvamos al silencio”, de la artista brasileña Úrsula Tatuó. Una escultura en forma de espiral hecha con papel maché y con hojas de libros reciclados. La silueta que se forma en sus extremos recuerda que el conocimiento y palabras forman la base de nuestras sociedades, aunque muchas veces no lo veamos, empieza el silencio como símbolo del origen, del espacio vacío y luego aparecen las palabras, que dan forma a la realidad.

Otra obra destacada de esta edición, es Averío, obra de Darwin Guerrero, quien revive a los primeros “patitos” de la Avenida Brasil, pero que con el tiempo perdieron su esencia al ser reemplazados, por lo que esta pieza nace desde la pérdida silenciosa y la sustitución de lo simbólico.

Por otra parte, encontramos a Estrata, de la chilena Isadora Correa, obra que nos muestra los significativos efectos de la minería y la industria en nuestra región, una denuncia silenciosa que interpela desde la sutileza, pero que obliga a repensar el real costo del progreso minero para los antofagastinos.

Luego la obra Ombre, del italiano Claro de Meo, propone un viaje por las sombras humanas. Desde lejos se puede percibir como una mezcla caótica de figuras de madera, paraguas y parlantes, sin embargo, si te acercas atentamente, aparecen sonidos con la frase “somos sombra y también oscuridad”. A través de sonidos de pájaros, y poemas recitados, esta instalación te invita a pensar en lo que dejamos tras nosotros, inclusive en lo que opacamos.

Saco demuestra que el norte tiene una voz y estética propia, junto a una memoria que merece ser contada y recordada. Su gran mérito no está solo en las obras, sino que en lo que representa: un acto de resistencia cultural frente a la lógica de la marginación. Quizás el mayor acto de rebeldía de los extremófilos no sea resistir, sino simplemente seguir existiendo cuando todo el entorno insiste en olvidar e incluso hasta borrarlos.

Persistir en crear desde los márgenes es, en sí mismo, una forma de insubordinación poética. Esta edición no solo ocupa el territorio, lo reescribe. Frente a un modelo que muchas veces uniforma y excluye, esta bienal recuerda que también desde el desierto, donde supuestamente nada puede nacer o sobrevivir, también se puede construir belleza, pensamientos y memoria. Porque cuando el arte brota en el lugar más árido del mundo, significa entonces, que todo es posible.