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Crítica: villanos y víctimas, nunca heroes

Frame de la pelicula

Por: Ignacio Gaete

Dentro del mar de homenajes, pinturas, murales, intervenciones, museos y películas que tratan temáticas de la dictadura de 1973 en Chile, “Las Cenizas” (2024), escrita y dirigida por Stjepan Ostoic, es a mi gusto una bocanada de aire fresco en una historia que ya hemos visto miles de veces; sobre diferencias de clases, torturadores, o sobre la monetización del agua potable y el suelo mismo que pisamos. No digo que estos relatos sean malos, y no lo son. Son un precioso recurso para la memoria de un país oprimido por décadas, con cicatrices que queman hasta el día de hoy, pero ese no es el punto de esta película.

Iniciamos el film de forma lenta y nos presentan a nuestra protagonista: Irene, una mujer de mediana edad que cuida de su padre postrado, mostrando una relación íntima pero últimamente incómoda para el espectador. Esta íntima incomodidad es luego reforzada por la maravillosa dirección de arte, dirigida por Catalina Ahumada, quien logra de manera muy visceral comunicar los matices de la vida de Irene, ya sea a través de las imágenes en las paredes, la aburrida ropa de la hija o por el estéril, sin sabor y meticulosamente pútrido ambiente que reúne a estos personajes. Esto nos permite conocer desde el minuto uno la otra cara de esta mujer, cuya vida entera es dios y cuidar de su padre. Esto no la hace menos profunda, al contrario, nos invita a juzgar su personalidad conservadora, reacia y por momentos psicópata. Nunca sabemos realmente si empatizar con esta pobre mujer que creció bajo la lógica de la dictadura militar o reclamarle por ser tan astutamente ciega. Una dicotomía que luego tiene su razón de ser e influencia en la trama, como un dulce que guardamos para después.

Hay un sentido constante de familiaridad en cada fotograma, ciertamente Jorge Donoso demostró un excelente manejo e intención artística tras la cámara. Es muy fácil familiarizarnos tanto con la personalidad como con la vida del personaje, algo particularmente notorio en el cine chileno. Esto, ya sea para representar la calidad y cercanía que mantenemos las familias latinoamericanas, o porque no hay plata para sets de grabación, y los cineastas se ven en la obligación de grabar dentro de casas comunes y corrientes de nuestras ciudades. Largas y estrechas que ocupan hasta el último milímetro cuadrado. Así es como el largometraje sabe aprovechar sus locaciones al máximo para sacar a relucir la verdad bajo las sábanas.

Tras la muerte del padre de Irene se desencadenan una serie de rencillas legales, pero más importante, sospechas. Ella está convencida de que su viejo fue asesinado por su ex-colega, José, para quedarse con la casa de retiro que pusieron los dos. Ahora nuestra inestable amiga es heredera de este sangriento inmueble. El cincuenta por ciento de la personalidad de Irene acababa de morir, y su capacidad, o incapacidad realmente, de lograr superar esta tragedia es lo que pone esta historia en marcha.

stjepanostoic

Ostoic en su guión hace un muy buen trabajo, junto con el montaje nos entrega la cantidad justa de información para que el plot avance, pero sin spoilear el final, cosa que destaco por razones que mencioné al inicio. Es refrescante ver una historia sobre la dictadura sin saber cuál es el final, todos sabemos el final, pero esta película de ficción logra últimamente intrigar y mantenerte atento. Como una novela de misterio donde Sherlock y Poirot tienen ojos de loca y es de hecho la audiencia quienes tenemos más conocimiento y raciocinio crítico que la misma detective.

Me atrevo a decir que los actores son quienes realmente dan vida al film, algo obvio pero no necesariamente cierto. Sin embargo, en “Las Cenizas”, con nada más que cuatro personajes relevantes, es destacable la ejecución de sus papeles. Los detesté y dudé de la confiabilidad de cada uno de ellos en todo momento, puedo imaginar que similar a la misma experiencia durante época del golpe militar. Un embrollo donde el compás moral es inexistente y, si bien nadie está del lado del victimario, todos somos víctimas de la dictadura. Todos son villanos o víctimas, no hay héroes y menos mártires, porque nadie pondrá “fue cómplice de la dictadura”, ni tampoco “fue víctima de la dictadura” en el epitafio de sus tumbas.

Y si este último punto no convence, la falta de color sí que confirma que el desempeño actoral y el guion son los puntos fuertes de la película. Dado que la casi completa proyección en blanco y negro realmente no le hace muchos favores. Me hubiera encantado ver el color sozo de la ropa de Irene, o las manos viejas del colega José, o el color de los ojos de Simone cuando encara al verdadero antagonista. Y especialmente, el mate negro del revolver cargado. Realmente una pena, porque hay escenas a color, pero contadas con una mano, las que usualmente nos daban contexto sobre lo que pasaba en Chile durante la primera ronda de grabación de 2019, en pleno estallido social. Cosa que termina por tener un punto relevante en la trama, así que bravo por la flexibilidad en la producción.

El color sirvió para dar guiños al espectador, y para cortar el delirio de Irene, pero faltó más uso de este recurso para generar dicotomías en la narrativa que tuvieran un impacto. En palabras de mi profesor de Cine de Ficción: “una es accidente, dos es por elección”. Faltaron más de dos.

Y con orgullo destaco que este debe ser el film chileno, con temática de dictadura, más digno de apreciación mainstream que he visto. Que una persona en Chile, y de Antofagasta por lo poco, haya logrado escribir una historia honesta, sin ser llorona, informativa, sin ser infantilizante, y con giros argumentativos sustanciales que el espectador puede o no adivinar es destacable.

Finalmente, esta película logra hacerte sentir parte de la narrativa y no espectador de un gran documental grabado hace 20 años por Patricio Guzmán, cosa extremadamente común para muchísimas personas que, como yo, no vivieron la dictadura de primera mano.

No es una clase de historia, sino una narrativa que se sostiene por sí sola. Realmente siento que podría mostrarle este producto audiovisual a alguien fuera de Chile y, sin contexto alguno, podrían entenderlo sin necesidad de ser un snob sueco fumando hachís en Sundance. Y no tengo nada más que respeto por este metraje que, fuera de intentar ser una declaración artística, cuenta una historia que empieza y termina en una hora con diez minutos.

¡Mira el trailer aquí!