Columna: Instinto Animal

Por Nicolás González

Aprender sobre el estudio de los primates, me permitió dar con respuestas determinantes sobre el comportamiento humano primitivo. Ahora entiendo por qué hubo un Hitler y un Mandela en la historia (no demasiado larga, pero sí significativa en términos intelectuales); incluso cuando ambos personajes provinieron genéticamente de una misma madre, nacida hace -más o menos- 125 mil años, en el corazón de África.

Eso es lo que reflexionaba al término de una de las actividades de cierre del Festival de Ciencia Puerto de Ideas, en la que la antropóloga evolutiva Isabel Behncke, expuso los resultados de sus exploraciones en el Congo, donde estuvo cruzando una y otra vez el río que separa territorialmente a los chimpancés de los bonobos.

La inteligencia, la sociabilidad y la lucidez, son tres aspectos que comparten los seres vivos con cerebros grandes y que tienen vidas “lentas”. Nuestros primos evolutivos, con quienes compartimos hasta el 99% del ADN (en el caso de los chimpancés, por ejemplo), se parecen mucho más a nosotros los de lo que pensamos: son seres sumamente sociales que generan múltiples lazos afectivos durante su vida.

Los chimpancés, son inminentemente agresivos. Pueden llegar a cometer homicidios o infanticidios cuando ven sus intereses comprometidos. En su hábitat, existe un ambiente de estrés social y de xenofobia. Tienen jerarquías muy marcadas. Al igual que en nuestra sociedad humana, hay presencia de inseguridad y de angustia, debido a la no resolución del homicidio o el daño hacia el otro. Es cosa de dimensionar la absurda capacidad armamentista de los países ricos y el dolor que las guerras han provocado a individuos inocentes hasta el día de hoy.

Por otra parte, los bonobos, sí erradicaron la violencia, no existiendo por completo el homicidio o el infanticidio, de acuerdo a observaciones científicas. Tienen una sofisticación emocional tremenda y mucho más cohesión social, también con jerarquías, pero mucho más blandas. El macho, incluso, se arriesga a jugar con otro  macho de un distinto grupo, sin conocerlo. Aquí, el otro, es algo interesante.

Lo que los chimpancés resuelven sus conflictos con violencia, los bonobos lo resuelven con sexo. Son mucho más pacíficos y socioafectivos. Lo que sí juega un papel transversal, no sólo en los primates, sino en todos los vertebrados, es el juego. El juego, según lo explicado por Behncke, tiene una función biológica, cognitiva, física y de aprendizaje. Promueve la creatividad, la resilencia y la versatilidad. Es la preparación para convertirse en adultos, extendiéndose de por vida, incluso en humanos. 

Es por eso que me di cuenta que con ambos primos  evolutivos, compartimos rasgos de comportamiento muy potentes. Ahora, tengo al menos una idea de por qué nacen personas malvadas, que asesinan o violan a otras personas sin piedad; entiendo por qué la dominación no ha dejado de existir y pareciera seguir creciendo sin tregua, por muchos seres humanos que estén luchando para erradicar la violencia en el mundo.

Pero también somos muy bonobos. Las caricias, los abrazos, y la importancia de cuidarse y de hacer amistades, son propiedades que llevamos en nuestro comportamiento primitivo. Eso, sí da buena fe de lo que podemos llegar a ser como especie. Quizá, no nos desquiciaremos y terminaremos matándonos unos a otros.

Behncke al final de la charla habló de “tecnologías sociales”, las cuales han estado  intrínsecamente presentes desde nuestros orígenes. Como la importancia de festejar, bailar, hacer música, compartir comida y bebidas. Eso es lo que nos une como especie, y se quedará en nuestra naturaleza por siempre. Eso, es lo que espero al menos que ocurra.

Es de vital importancia reconocernos como animales que tienen comportamientos primitivos. Que la equidad, la justicia y la compasión, tienen razones biológicas, así como la guerra, la soledad y la angustia. ¿Es justificable este comportamiento agresivo? Yo creo que nuestra capacidad de razonar está muy por encima. Solo un idiota creería que los humanos son seres malignos por determinación.

En el mundo hay suficiente espacio y recursos para todos, que el poder y la dominación hayan corrompido a las sociedades en el transcurso del tiempo, es otro asunto. Podemos –y tenemos- la obligación de evolucionar, no como especie, sino como seres pensantes que velan por hacer un mundo mejor para todos.

Que nunca nos falte el juego, el hacer música, festejar incluso sin razón alguna, hacer amigos y mirarse cara a cara. Solo así, el ser humano logrará consolidar su identidad compasiva y desinteresada, durante los miles de años que vivirá en continuo desarrollo.

Isabel Behncke cargando a un chimapancé en la República del Congo.